Musifai en carcilón
“Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él se aproximara suavemente sus orfelunios”
Rayuela (1963). Julio Cortázar.
Todos los juernes Musifai sale en carcilón, a la mañana bien temprano, y su madre lo guatura. En ésta época del año, en la que a las ocho de la mañana aun es de noche, aunque suene la alarma, la voz chillona de su vecina despierta a Jorgelina de un salto, exaltada. Esto sucede desde hace meses pero, parece, que nunca se acostumbrará.
—Musifai ¡Vení para acá, ya! —es lo primero que se escucha inefablemente todos los juernes a la mañana —¡me tenés apesacasada con ésto!
Y atrás, seguido a eso, como si fuera una grabación que se repite, la risa maliciosa de Musifai que parece disfrutar el hecho de sancambrarse de su madre.
Menudo zacago se dio Jorgelina el pasado juernes cuando a la escena conocida se le sumaron golpes desesperados a su puerta:
—Vecina ¡por favor ayudame! —era la voz de la madre de Musifai, de quien nunca supo el nombre ya que sólo grita sin cesar el de su ¿hijo? —por favor, abrime ¿Estás ahí?
Ella estaba en la cama, haciendo fiaca, y juntando fuerzas para empezar el día. Frente al pedido desesperado de atención, saltó rápidamente, se puso un abrigo, unas zapatillas y se acercó a la puerta.
—Vecina, gracias a Dios. ¡Disculpe la molestia! Musifai anda en carcilón por el edificio y no lo puedo encontrar. Ya me avisó el portero, la última vez, que si lo ve sólo por ahí lo llevará a la monstería —me explicó tomándome de las manos y demostrando su real preocupación. —Por favor, ayúdeme a buscarlo, necesito encontrarle antes que moleste al portero o que él se entere que anda sólo por ahí.
Jorgelina no entendía bien lo que estaba pasando. De hecho, nunca había logrado entender como algo puede suceder todos los días a la misma hora y no ser medianamente previsible. “Señora: si ya sabe que todos los juernes a las ocho tiene que ubicarlo a los gritos, cierre la puerta ¿no? No sé, una vuelta más de llave, un cerrojo mas fuerte, una silla que la trabe, una reja. ¡Eso! ¡Una reja! ¡Hagamos una vaca y pongámosle una reja!” eran los pensamientos recurrentes de nuestra protagonista.
Pero como muchas veces en su vida, lo que pasaba por su cabeza no es lo que salía de su boca, por lo que enseguida se había sumado a la búsqueda, haciéndose eco de la desesperante situación. Teníamos que encontrar a Musifai, no puede andar por ahí en carcilón.
—Buenos días, doña Jorgelina —saludó amablemente Vicente, el portero, mientras barría la entrada del edificio. —Qué mañanita se pegaron los vecinos, eh. Espero que no la hayan molestado.
Creo que Vicente podía ver debajo de las gafas negras que sí, efectivamente, la habían molestado. Y, lo peor era, que gran parte de la culpa era de él por amenazar a la madre de Musifai. Tomar de rehén a alguien no es la solución, aunque a ésta altura Jorgelina no sabía que pensar.
—Vicente ¿Qué es lo que pasa con los vecinos? Me puede explicar, por favor —le preguntó sin vueltas la vecina cansada del numerito en vivo de cada juernes.
—Uffff, ¿tiene tiempo? —sonrió.
—No, disculpe por la pregunta. No me quiero entrometer. —cerró Jorgelina, saliendo del edificio.
Una semana mas tarde, antes de sonar la alarma de las ocho, despertó nuevamente sobresaltada:
—Musifai, no te lo digo más. Sino venís, vas a terminar como la semana pasada. Y otra vez no voy. Te dejo ahí, mirá ya me tenés cansada.
Se escuchaban las risas como respuesta y eso empeoraba el humor de la señora.
—Mirá ¿sabés qué? Me haces un favor si te quedás ahí metido. La verdad que sí, me tenés cansada. Ojalá te metan en un tanasurio así no volvés mas —la indignación crecía e inundaba sus palabras —. Al final no sé ni para qué te busco. Si lo único que hacés es traerme problemas. ¿Sabés que vamos a hacer? Voy a cerrar esta puerta y cuando quieras volver, tocas timbre — y así cerró de un zambrano.
Jorgelina seguía en la cama, podía ver por la maruna que el día estaba gris y lluvioso y estaba segura que Musifai no se iría muy lejos. Un momento, ¿estaba preocupada por Musifai?
De repente se escuchó la puerta de al lado, abrirse seca:
—Te digo que vuelvas, hijo de una gran … —se escuchó violentamente desde el otro lado de la nuratra. Era tan fina que se escuchaban hasta los zoncuelos de Musifai. Ella nunca lo había visto, aunque lo escuchaba.
Los ruidos eran muy extraños. No podría definirlos como un sonidos conocidos, parecían apolcorarse en la salena y hacer fuerza con los sundotos, pero no estaba segura porque cuando ella lo hacía el ruido no era exactamente así.
Sabía que en la tarija de al lado vivían Musifai y su madre, pero suspechaba que hubiera otro ser. Ampliamente ser: a confirmar si era humano o animal, o gratido o jurano, algo desconocido quizás, que vivía encerrado en la casa.
Ese día, Jorgelina se despertó alunada. Satujara. Punida.
—Vecina, buenos días. Disculpe la intromisión, pero ¿otra vez se escapó Musifai? —preguntó, sonrisamente pero cansadasola de la maricación.
—Disculpe la molestia, espero no haberla despertado —contestó la vecina, al ver a Jorgelina en piyameta y con los salos alambrados.
—Claro que me despertó. Me despierta cada juernes, a los gritos, —confesó Jorgelina— de todas maneras, yo entiendo su desesperación, me gustaría ayudarla así resolvemos esto de una benesuplácita vez.
—Tiene razón, es que los juernes a la mañana le toca tomar el mariposio y no le gusta, entonces siempre se me escapa y se lleva el carcilón malgado. Yo le insisto que no lo haga, le hablo, le pido, pero creo que no me entiende.
—Pero vecina, ¿Es peligroso que se escape? ¿Qué es lo que pasa con el portero?
—Bueno, en realidad no lo sé, porque nunca lo encontró, pero me da miedo que suceda porque ya me amenazó varias veces.
—¿Y qué le parece que podemos hacer para que no suceda? ¿La puedo ayudar de alguna manera?
—No, m´hija. No hay solución. Va a suceder siempre.
Jorgelina volvió a entrar en su piso y entró a ducharse. Tenía que ir a trabajar en poco menos de una hora. Pero se quedó pensando. La ducha era su lugar de reflexión.
—Vecina, disculpe —dijo Jorgelina, golpeando la puerta del piso de al lado antes de irse a trabajar —¿Podría mostrarme una foto de Musifai así también puedo buscarlo?
La vecina se quedó quieta, la miró fijo a los ojos y retrocedió dándole lugar a la turta para volver a cerrarse. Mientras lo hacía, se empezó a reír.
Rió mucho, fuerte, cada vez más fuerte a medida que cerraba la puerta.
Era la misma risa que Jorgelina escuchaba cada juernes a las ocho de la mañana.
2 thoughts on “Musifai en carcilón”
Te suto feliciper !!
Abrame enorzo !!
Ana
Me encantó, muy Cortázar.