Buenos días, Pinamar
Sandra vive en el mar desde hace casi veinte años. Decidió mudarse a Las Toninas, primero, siguiendo a un amor y después su deseo de vivir lejos de la ciudad la hizo moverse por varias ciudades. Hoy en día trabaja como taxista en Pinamar. Sandra alquila a dos cuadras de la playa, una casita chica y cómoda, calentita en invierno, acompañada de tres caniches blancos que junto a ella lavan su coche cada domingo.
Suele prender la radio y al ritmo de cualquier radio local que pasa desde folklore hasta pop alternativo, escucha alguna noticia y pasa la franela varias veces por cada puerta. Pasa largas horas lavando el coche, arreglando cada detalle, mimando con autopolish cada marca, desinfectando cada rincón, preparando el espacio para otra semana de duro trabajo.
Concentrada en su tarea, escucha el bocinazo amistoso del repartidor de agua que ya la conoce y le da los buenos días. Sandra sigue concentrada en ese momento artesanal y Tomás, el repartidor de agua, que cada martes y jueves para su camioneta en la casa de Rafaela, una señora que vive en el cuarto piso del edificio de al lado de lo de Sandra y que solo se asoma al balcón para alimentar a todos los pájaros que andan por ahí con las sobras de su comida.
Tomás frena en la puerta, baja un bidón y entra al edificio ya que Daniela, la portera, a esa hora, mientras Sandra lava el taxi, barre la entrada y lo deja entrar.
Rafaela está en la ventana viendo la secuencia cotidiana y los pájaros, que hoy tienen como menú unos tallarines con boloñesa, salen volando como espantados cuando Tomás toca el timbre del departamento y en su afán por escaparse con algún bocado, uno de ellos agarra una bola de tallarines enredados que, por su peso, se caen rápidamente, y por arte de cualquier genio maligno de un mundo paralelo la bola de tallarines teñidos de tuco con algunas bolitas de carne picada decide caer en el techo recién encerado del coche de Sandra, quien ya estaba limpiando los vidrios, dándole el toque final.
El grito de la taxista se hace escuchar, Daniela terminó de barrer y ya se guardó, y Rafaela, que ya recibió el bidón, vuelve al balcón para saludar a Tomás que el viernes volverá a hacer el mismo recorrido.