Un barco rojo

Un barco rojo

—¿A qué jugará todo el día? —preguntó Mabel a Ernesto, sin esperar realmente una respuesta, observando con cariño a Robertito en la orilla del mar. Era el primer verano que salían los tres. La pareja había deseado un hijo por largos años cuando finalmente se decidieron por la adopción. Sin embargo, todo había sido más complicado de lo que creían.

Ernesto leía el periódico sentado en la reposera sin prestar mayor atención a su entorno.  

—¡Corran! ¡Corran! —decía Robertito en un español cantado que causaba simpatía a sus padres— ¡corran hacia la proa que esa parte no se hunde!

Estaba sentado en la arena con los pies en un pozo que había hecho con su baldecito y pala de playa. Este ya se había llenado del agua que brotaba del fondo también de y algunos caracoles. El barco que tenía en su mano era rojo, de plástico, pensado para hacer las veces de molde de figuras en la arena. Sin embargo, en ese momento atravesaba una tragedia sin igual.

—Hijo, no te preocupes, todo estará bien— decía Marina abrazando a Salvador contra su pecho.

—Mamá, tengo frío.

Marina apretó al niño contra su pecho, guardándolo en un bolsillo, como si fuera un pañuelo y sin dejar que el temblar de sus huesos sacudiera todo el cuerpo —No me digas que tienes frío, ya sabes muy bien que el sol allá arriba nos protege e ilumina. Ven, mi pequeñito, acércate más y mira de frente al sol, así te olvidas del frío.

Salvador miró hacia el cielo y sonrió.

—¡Todos a la proa! — gritaba el capitán, mientras organizaba la salida de los botes salvavidas —¡Niños y mujeres, primero, por favor!

El barco se había empezado a mover luego de un desperfecto del que nunca tendrían más información. Las personas que viajaban estaban recorriendo el archipiélago que rodeaba a las Bahamas como una excursión turística de unos pocos días. La isla Manore estaba en el itinerario como el próximo destino, pero una sorpresiva peste mundial les había impedido hacer puerto y ya iban por el quinto día sobre el barco sin vistas de mejora.

—Robertito, hijo, acercate que te pongo un poco más de protector, dale.

El niño soltó el barco rojo en el pozo y corrió hacia su mamá.

—Sostente fuerte, Salvador, no me sueltes por nada del mundo—le dijo Marina a su pequeño que de tanta fuerza con la que lo estaba agarrando había notado sus uñas hundirse en la piel.

—Pasajeros, por favor no entren en pánico, estos movimientos bruscos son esperables en situaciones así y una vez que todos estemos en los barcos salvavidas podremos pisar tierra.

El capitán iba organizando las salidas de los barcos con personas y distribuyendo a la vez lo chalecos salvavidas.

—Las mareas en el Caribe son suaves y amenas, en breve recordarán esto como una anécdota— dijo la Señora Atwood cuando acomodó su culo gordo en uno de los barcos.

Robertito volvió corriendo al pozo con una nueva capa de protector solar y no vio que el barco rojo se había movido con el agua y estaba clavado en la arena con la proa viendo el cielo. Se entretuvo con los caracoles y empezó a ponerlos dentro del balde. Una ola llegó hasta donde él estaba e inundó el pozo, el barco perdió la estabilidad que le daba estar casi clavado en la arena y fue arrastrado por el agua fuera del pozo.

—Mamá, tengo miedo— gritó Salva, aferrado a su mamá —¡Mamá!

La caída del barco dejó a los pocos que aún seguían a bordo desparramados por los alrededores. El capitán, a bordo de uno de los salvavidas, intentó subir a todos los que alcanzaba a ver. Salvador flotaba en su chaleco cuando pudo tomarlo de la espalda y sacarlo del agua.

—Está empezando a refrescar, podríamos ir yendo ¿no? —dijo Ernesto rompiendo el silencio en el que se guardó para leer las noticias durante casi toda la tarde.

—¡Robertito, vamos a casa! —gritó mirando hacia la orilla, completando con un comentario a su esposa —Mabel, ¿sabes que hoy leí en las noticias que cerca de las Bahamas se hundió un barco de turistas? Menos mal que este año nos quedamos por acá, me hubiera gustado mucho ir al Caribe, pero creo que esta vez el destino nos salvó.

—¿Qué decís? Hoy en día no se hunden los barcos así porque sí, debe ser una fake new o alguna mentira para distraer a la gente de lo que realmente importa.

—Te digo que no, se hundió porque tuvo una falla técnica y pasó varios días sin poder acercarse al puerto, por el tema del aislamiento.

—Robertito, vamos, que si no… ¡nos vamos a casa sin vos! — gritó Mabel dirigiendo su voz hacia la costa.  

El niño, al escuchar a su madre, se levantó de la arena y juntó algunos de sus juguetes. Al momento de agarrar lo que le quedaba, descubrió que su barco rojo no estaba cerca.  

—¡Papá! ¡Mi barco! —le dijo a Ernesto que se había acercado a la orilla a enjuagar sus ojotas.

—¿Qué pasa con tu barco?

—No está.

Ernesto se acercó para ayudar a Robertito. El balde, una pala de color y, era cierto, el barco no estaba.

—¿Estás seguro de que lo trajiste? ¿No habrá quedado en casa? ¿O en el coche?

—¡Mi barco, papá! —Robertito empezó a llorar desconsoladamente. Era extraño porque no solía hacer mucho espectáculo y menos por un juguete, dado que en la casa tenía muchísimos y cuando se encaprichaba con uno, rápidamente le daban otro y se le pasaba —Tenemos que encontrarlo, papá. No podemos dejarlo acá ¡Mi barco!

Mabel observó la situación y, luego de acomodar todas las cosas del día de playa, se acercó a la orilla.

—¿Qué le pasa a mi pequeño? ¿Por qué llora tanto? —soltó con voz dulce mientras levantaba en sus brazos a Robertito

—El barco, mamá —dijo el pequeño acongojado.

—Por aquí no está, quizás se lo llevó la corriente— acotó con muy poco tacto Ernesto, haciendo que el llanto explotara, llenándose de lágrimas, mocos y cachetes colorados.

—No llore, mi chiquito. Hoy buscamos otro, uno más lindo, grande, colorido.

Robertito no dejaba de llorar y aferrado al pecho de su mamá, con lágrimas de angustia mezcladas con sal y arena, susurró “Mamá, mi barco”.

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Ernesto y Mabel miraban un rato de televisión en el comedor de la casa de alquiler en la que estaban parando esas vacaciones, cuando ya Robertito dormía en su habitación. El barco rojo no había aparecido y aun habiéndole comprado uno nuevo esa misma tarde, la angustia de Robertito no había cesado. Se había quedado dormido repitiendo palabras y nombres que ni Ernesto ni Mabel conocían.  

—Creo que ya es momento, Ernesto — dijo Mabel, no queriendo dejar salir esas palabras que la lastimaban desde lo más profundo, —Tenemos que averiguar de dónde viene.  

Ernesto miraba la pantalla, sentado en el sofá, sin prestar atención a su entorno mientras en las noticias mostraban las imágenes de un nuevo barco hundido en el Caribe.  

6 thoughts on “Un barco rojo

  1. Que lindo Dani. Si me lo prestas un par de veces para leerselo a algunes en la Biblio se agradece. Besos y muy lindo.

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