Amigos son los amigos
Juanete recibió una carta que lo marcó para toda la vida y lo empujó a tomar una decisión: esa noche saldría de la jaula.
“Cuando leas esto, esa misma noche, ni una más, vas a empujar la traba de tu jaulita y salir a volar por la habitación. Tu tarea será dejarla entreabierta, para poder volver. Vas a retornar a tu lugar seguro alguna vez, para no levantar la perdiz, pero cuando menos lo imagines te vas a ir libre. Para siempre”.
Encontró ese papel enrollado en el piso lleno de restos de alpiste que su dueño dejaba caer cada vez que le rebalsaba el tachito. Parecía no importarle que cayeran afuera y Juanete, nunca muy ávido organizador de interiores, allí los dejaba. Las mañanas pasaban soleadas dentro de la habitación, estaba en la terraza, en un sector techado donde la familia de Toresani, su humano, se juntaba a tomar mate por las tardes.
Toresani tenía doce años y como tenía pocos amigos, sus padres le regalaron un canario.
—Tener alguien a quien cuidar le va a servir a establecer vínculos —había sugerido la psicóloga.
Así llegó Juanete a la terraza de la familia que vivía en San Telmo, desde hacía unos pocos meses. Pero él no había vivido siempre en una jaula y la verdad es que lo llevaba fatal.
Esa mañana, picoteando el alpiste sobrante en el suelo de su jaula, sintió algo diferente y cuando empezó a tirar y tirar, y tirar, salió un papelito enrollado como un tubo. Con ayuda de sus patas lo sostuvo y abrió a los picotazos limpios. Leyó el texto y se quedó pensando.
Toresani entró a la terraza a llevarse su mochila, corriendo porque ya era tarde
—¡Hasta luego, Juanete! —gritó, mientras que al canario no le daban las alas para tapar la carta.
Durante esa mañana, Juanete pensó en salir, en destrabar el candadito, en probar. Pero no estaba tan seguro.
Sentado en su hamaquita de hierro miraba la puerta, sabiéndola débil, vulnerable, como él.
La realidad era que el tiempo dentro de la jaula lo había acomodado en una zona de confort bastante odiosa para su antiguo ser, pero agradable para su presente. Después de todo, tenía comida asegurada, ningún gato lo ponía en aprietos y Toresani era un buen amigo.
Pero la carta decía que tenía que ser esa noche, por lo que mucho tiempo para pensarlo no tenía.
Juanete intentó mover la traba con el pico, y notó que era mucho más endeble de lo que parecía ¿por qué nunca se le había ocurrido? Quizás si lo hubiera hecho el primer día hubiera tenido menos miedo, ahora ya hacía varios meses que su vida no tenía ningún tipo de adrenalina, más que esperar a que Toresani llegara de la escuela y que no se olvidara de rellenarle el alpiste.
Pasó el día revoloteando por la puerta, empujando de a poquito, pero sin abrirla del todo, para no levantar sospechas. Al mediodía, Toresani comió milanesas observando a su amigo, le contó sobre su día en a la escuela y lo saludó de nuevo para irse a fútbol.
Al bajar el sol, la mamá de Toresani hizo una sopa riquísima, por lo que Juanete tuvo, además de alpiste, un poquito de apio en su jaula. Qué bien lo trataban, y él teniéndose que ir tan pronto.
Bien entrada la noche, Juanete se acercó a la puertita y abrió sin ningún inconveniente. Tal como le indicaba la misteriosa carta, salió y voló libre por la habitación. Conoció rincones de la terraza que desde su visión de la jaula no había visto nunca, pero también obedeciendo a la carta, dejó entreabierta para poder volver.
Juanete comenzó a hacer eso cada vez que se sabía solo por un largo rato. Con el correr de los días se animó a salir por la ventana, seguir a Toresani y conocer su escuela, su club de fútbol y hasta verlo en el vestuario cuando intentaba hablar con algún compañero, pero sin éxito. Juanete observaba de lejos, su libertad se convirtió en la vida de su humano.
A Juanete ya no le importaba irse para no volver, pero había tomado como su causa personal la vida social de Toresani. Y se la había ocurrido de qué manera ayudarlo.
A la mañana siguiente, el humano encontró en su mochila de la escuela un papel enrollado hecho un tubito: “Cuando leas esto, ese mismo día, ni uno más, vas a salir de tu casa y correr hasta el club. Tu tarea va a ser hablar con Carlitos, el que juega de tres e invitarlo a merendar a tu casa. Vas a retornar a tu lugar seguro y convidarle una chocolatada, van a jugar a la play, y cuando menos lo imagines vas a tener un amigo. Para siempre”.
Ese día, Toresani encontró la jaulita abierta.
2 thoughts on “Amigos son los amigos”
Ay se fue 🥺
Cadena de favores…
Me encantó…