Una nueva noche fría en el barrio

Una nueva noche fría en el barrio

Salíamos desde hacía un par de semanas. Estabamos en ese momento de amor total y desdibujamiento de la identidad que trae el inicio de las relaciones. Idealizábamos todo lo que nos juntaba y lo que nos diferenciaba sin pensar que los mundos pueden chocarse y expotar en mil pedazos.

Los dos eramos extranjeros en esa tierra, estabamos de visita, de visita larga, con planes de instalarnos, de empezar una nueva vida, quizás, juntos. Al sueño de la migración siempre un amor intercultural le pone más picante, más emoción y nosotros lo queríamos vivir.

Los dos habiamos llegado a estas tierras con distintos objetivos y por distintos motivos: él a buscarse una nueva oportunidad, a salir de la pobreza, a buscar un futuro digno, a encontrarse con sus sueños y los de una familia que desde su Camerún natal apoyaba y acompañaba a cada paso.

Yo usando los estudios como excusa para moverme, para viajar y para conocer el mundo.

El espacio del aula nos encontró, y nuestra soledad nos juntó.

Esa noche habíamos ido a comer a un restorán africano de su barrio. Dos jóvenes mujeres habían alquilado un pequeño local en el que habían montado una cocina y, colocando varias sillas en la vereda, habían plantado bandera en el espacio que con el tiempo se consolidó como punto de encuentro. Ahmet, mi compañero, pasaba muchas de sus noches allí, comiendo comida que lo transportaba a su casa y tomando cerveza con sus vecinos del barrio.

Se encargó él de pedir ya que se hablaba en francés en el lugar, pero entendí que le ofrecía carne, pescado o pollo con el arroz. Él le pidió pollo, una cerveza y un refresco y armó una mesa para que nos sentáramos dentro.

A los pocos minutos, una de las jóvenes trajo un plato muy lleno de arroz con pollo y dos tenedores. Los dos comenzamos a comer, estaba picante, pero muy sabroso. Tomé el refresco entero antes de terminar mi parte del plato y pedí otro, en realidad le pedí a Ahmet que pidiera otro, porque el hecho de no entender la lengua con la que se vinculaban me hacía sentir fuera.

Mientras estabamos comiendo, varios de sus amigos pasaron por la mesa y entre ellos siempre hablan en francés. En el francés africano, que me resulta mas comprensible que el francés de francia pero sólo logro entender algunas palabras sueltas. Uno de ellos se sentó en la mesa en frente a la nuestra y mantuvieron una charla de varios minutos, en la que pude comprender que lo invitaban a ir a la discoteca y el decía algo como “estoy con mi mujer, me voy a dormir con ella”. Yo comprendía pero mi cara estaba inmóvil. Me resultaba muy fuerte ser “su mujer” luego de un par de citas y no sabía bien como resolver la situación comunicacional: algo entendía pero no podía contestar nada. Nadie hablaba español ahí, aunque estoy segura que muchos de ellos podían hacerlo, como Ahmet. Pero ése era su espacio. Finalmente, ellos se pasaban el día hablando con personas de otra lengua materna y ahi podian reconciliarse un rato con su identidad. Hablar en español marcaba la distancia que mi silencio desdibujaba.

Estuvimos un rato adentro, y luego Ahmet compró otra cerveza y fuimos afuera, a sentarnos con sus otros amigos. Allí afuera había una ronda de varias personas, todos hombres. Logré ver a la distancia, en otra ronda de sillas una mujer blanca y su hija. La mujer estaba de la mano de su marido, un africano, y hablaba a los gritos en español, riéndose a carcajadas. Su marido se mantenía mudo y quieto. La mujer era el centro de atención en esa ronda.

Nosotros nos sentamos en la ronda de los amigos de Ahmet, él me tomó de la mano y se puso a hablar con sus amigos. Otra vez en francés. Yo no sabía como actuar, estaba como un adorno ahí sentada porque no podía participar de la conversación. En un momento, mi compañero se puso de pie y fue dentro, sin decirme nada. Uno de sus amigos comenzó a charlar conmigo en español. Lo agradecí muchísimo, se convirtió en mi favorito.

A los pocos minutos empecé a escuchar gritos desde adentro del restorán. Una de las dos jóvenes le estaba gritando a Ahmet. Lo hacía cada vez mas fuerte y en francés, claro. La gente afuera comenzó a mirarse entre sí sin entender y el amigo, que me habia hablado en español, entró rapidamente.

Por detrás de la gente la ví llegar a Danielle, que era otra de las amigas de Ahmet, que ya me había presentado otra vez: habíamos estado en su casa una tarde. Ella llegó, saludó y rápidamente se metió en el restorán a intervenir en los gritos. Yo no sabía que hacer, me quedé sentada e inútil en mi silla.

Ahmet salió del restaurant y se sentó al lado mío como si nada, su amigo -mi favorito- salió tras él con una nueva botella de cerveza y Danielle se quedó dentro conversando con las dos jóvenes lo mas tranquilas.

—¿Qué pasó? —le pregunté a Ahmet cuando se sentó.

—Nada —contestó seco.

Insistí.

—Cuando nos vayamos te cuento, acá no. —cerró. Yo seguí en silencio.

Después de unos minutos, nos fuimos. Los dos caminando algunas calles hacia su casa. Antes de irnos del restorán, su amigo -mi favorito- me dijo que quería organizar una cena en su casa para que conociera a su mujer, que es española, y con quien podría conversar. Me alegré mucho con su invitación, abrirme las puertas de su casa y ser el único que se habia dirigido a mí de una manera en la que pudiera interactuar fueron las dos mejores cosas que pasaron esa noche.

En el camino, Ahmet me explicó que lo que había sucedido con las jóvenes adentro era un malentendido. Se debía a un dinero que una de ellas le había prestado, hacía algunos días, cuando se encontraron en el estanco. Ella le había prestado dinero para comprar sus cigarros, y decía que él no se lo había devuelto, cuando el insistía que sí.

De todas formas, Ahmet había salido de la situación como si nada, dejando a los gritos a la chica dentro del lugar y volviendo a sentarse con sus amigos.

Llegamos a su casa, era la segunda vez que me iba a quedar a dormir allí con el. En su piso no había electricidad. Compartía el piso con otros dos hombres, tambien de Camerún, y con quienes parecía haber buen rollo. Uno de ellos, el mayor, era el casero del piso. Roberto, como se hacía llamar, alquilaba los cuartos y los espacios de la casa. A Ahmet le había pedido cien euros para mudarse allí, pero él nunca los había pagado.

Esa noche llegamos a la casa y todo estaba oscuro. Puse la linterna de mi móvil para poder llegar a la habitación y cuando abrimos la puerta iluminé, sin querer, varias bolsas y mochilas que estaban a los pies de la cama.

—¿Y eso? —pregunté.

Ahmet se quedó pensativo por unos segundos y me dijo:

—Son las cosas de un hombre, que va a venir a vivir aquí, pero no sabia que vendría hoy.

Le propuse que nos fuéramos a mi casa, podíamos dormir juntos allí sin problemas. Pero mi casa estaba lejos de su barrio y ya eran cerca de las dos de la mañana. Los dos queríamos descansar.

Ahmet me dijo que se fumaría un pitillo en el salón, así no dejaba humo en la habitación, que lo esperara que en pocos minutos volvía. Yo me lavé los dientes, y me tiré en la cama, sin sacarme la ropa de calle, a ver una serie en el móvil.

A los pocos minutos escuché la puerta del piso, y una conversacion incomprensible. No era francés. Enseguida Ahmet entró a la habitación y me dijo:

—Nos vamos a tu casa.

En una fracción de segundo ya estaba con la cartera colgada lista para salir cuando entra a la habitación un hombre que no había visto antes.

El hombre me ve al cruzar la puerta del cuarto y, enseguida, retrocede y se disculpa. Esta vez en inglés.

Claro, era el hombre de las mochilas y en su cama habia una mujer que no conocía. Era yo.

El hombre se dio vuelta y le dijo a Ahmet que no sabía que estaba con su mujer y que no había ningun problema, que nos quedáramos, y que el podía volver mañana por la mañana. Yo, defendiéndome mucho mas con el inglés que con el francés, por primera vez en la noche intervine en una conversación que no me incluía y le dije que no era necesario que se fuera, nosotros podíamos dormir en mi casa. A esta altura yo ya quería SÓLO ir a mi casa.

El hombre no me permitió salir de la habitación, sólo tomó algunas de sus cosas y rápidamente se fue. Ahmet me miró por detrás del hombre y me hizo una seña para que no dijera nada más.

Cuando el hombre salió, mi compañero volvió al comedor a seguir fumando y yo me acerqué a él.

—¿Dónde va a dormir éste hombre? —pregunté.

Ahmet me dijo que se iría a la casa de un amigo.

—Creo que prefiero que vayamos a dormir a casa —repetí, pensando en que si ésto hubiera sucedido algunos minutos mas tarde, un hombre desconocido hubiera entrado en la habitación. Que no había luz, que estaba lejos de casa. Sentí un poco de miedo.

—No te preocupes, no va a volver. Roberto alquiló mi habitación y yo le dije que no compartiría la cama, por lo que cuando este hombre venga yo me mudaré al salón. Pero no sabía que vendría hoy.

Me abrazó fuerte, como lo hacía siempre él y creando esa sensación que, por mas cruel que fuera el exterior, dentro suyo había siempre esperanza. Me dio un beso con sabor a marihuana y me quedé apoyada en él un ratito.

Después de eso nos fuimos a dormir.

A la mañana siguiente, decidimos ir a mi casa para poder bañarnos con agua caliente y desayunar algo en el camino.

Al bajar de su piso, vimos al hombre de la noche anterior, despertándose en el banco de la plaza, luego de haber dormido en la calle, para dejar a su compañero de piso dormir con su mujer.

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