Intolerante a la lactosa
“Hola, soy Nat” me dijo por whatsapp algunas horas luego de haber dejado el lugar. La conocí un verano, en el ya conocido retiro de yoga, en una playa española, un lugar que se supone ideal al que la gente llega muy lastimada, en busca de algo que la saque de su sufrimiento.
En la heladera del lugar decía “soñar grande” escrito con fibrón, y ella había agregado “vive” con uno fucsia, luego de compartir su perfil de Facebook, Instagram y su blog aclarando que su pseudónimo es “la abeja” porque les tiene terror pero sabe que debe enfrentar sus miedos.
Su certificado de nacimiento dejaba leer que “El 8 de abril de 1988 a las 13:15hs en Bruselas, Bélgica, nació Nathalie, de su padre Charles Boucoup y su madre Juliette Curie“.
El parto no había sido fácil, su madre había atravesado más de diez horas de trabajo de parto, tratando de concentrar su atención leyendo un millón de veces el título universitario que colgaba de la pared. Sin embargo, luego de unos pocos años, una enfermedad terminal se la llevaría, sin que ese título en la pared pudiera torcer el destino. Su llegada al mundo, traumática también para la pequeña beba, se traduciría en oscuridades y miedos en los momentos de meditación y conexión con ella misma y, también, la empujarían a esconder sus sentimientos, impidiéndole llorar durante casi treintiún años y generándole severos problemas de salud.
Compartí con ella cuatro días y conocí lo intensa que puede ser la vida cuando se ensaña con alguien. Fuimos juntas por un helado. Cuando terminamos, tomó el ticket y escribió al dorso “enfrenta tus miedos”. Me lo regaló y lo guardé en mi billetera, sabiendo que el poder de esas palabras, sobre todo viniendo de ella, no podían ser otra cosa que motivadoras. Conversamos un buen rato, me contó muchas cosas que me dejaron pensando y que luego le relaté a mi mejor amiga en un audio de whatsapp: “Amiga no sabes a la chica que conocí hoy. Estoy impactada, su mamá se murió cuando ella tenía ocho, a los diecisiete la internaron por anorexia durante siete meses, y a los veintiocho le diagnosticaron cáncer de mama y de huesos. La flaca ama viajar y se conoce casi todo el mundo. Quiere escribir un libro sobre su vida y yo, imaginate, me emocioné”.
Cuando terminamos el helado me dijo que se había olvidado su pastilla de intolerancia a la lactosa. Yo, que afortunadamente soy bastante ignorante en temas de salud, no sabía que tan grave podía ser y le propuse que volviéramos rápido, para que pudiera tomarla. Le pregunté si no había sido una mala idea ir por un helado y ella, con claridad y seguridad en cada una de sus palabras, me hizo escuchar un mensaje de su médico:
“puedes probar cómo llevas la intolerancia consumiendo algo cada dos o tres meses sin la pastilla. Te vas a curar”.
Era una de las consecuencias del tratamiento que había llevado adelante para el cáncer y se suponía que se iría. Por eso, cada cierto tiempo, consumía algo sin tomar previamente la bendita pastilla.
Esta mañana se fue temprano, no la vi. Cuando abrí los ojos encontré una nota que decía “mirá dentro de tu mat de yoga”. Miré y, luego de asustarme un poco porque al moverla salió una pequeña lagartija, encontré dos obleas rellenas de nutella.
Sonreí, y supe que sólo por eso vale pasar un verano como voluntaria en un lugar de retiros de yoga. La experiencia puede ser muy fuerte, movilizante y muy agradable a la vez. No dudé en escribirle un mensaje por Instagram, red social que usa para mostrar sus viajes y donde documentó toda su enfermedad.
“Gracías Nathalie por los chocolates, me quedo con ganas de seguir charlando y me guardo tu historia de lucha en mi corazón. ¿Descansaste bien? ¿No te dolió el estómago por el tema de la lactosa?. Por favor escribí ese libro, quiero, necesito, deseo leerlo!”.
Pasados un par de minutos me envió una foto del camino y me contestó: “sigo viajando. El helado no me hizo nada. ¡Me curé! ¡Enfrenta tus miedos, siempre!”.
One thought on “Intolerante a la lactosa”
Gente que vale la pena…