Un breve cuento de amor

Un breve cuento de amor

Al final, siempre se vuelve al hogar y por eso, y por ninguna otra razón, ellos se cruzaron ese día.

La ciudad natal de ambos los había expulsado pasada la adolescencia.

Él, pirata del asfalto, se encontró con el tráfico de cualquier cosa muy joven, dejó la escuela, conoció gente, se juntó, se casó, se divorció, estuvo preso, salió, volvió a entrar, estudió, y volvió a su pueblo, viejo y con el alma lavada.

Ella, la heavy del curso, la que empezó a fumar primera, la que repartía cariño por unas monedas en el baño de la escuela, la que abortó en silencio en la salita del barrio, la que andaba con pelos de colores en esos tiempos en los que nadie más lo hacía, la que sufrió el exilio cuando sus padres ya no supieron que hacer con ella y la mandaron a vivir con una tía a otra provincia.  

Los dos habían compartido juventud, pero había sucedido algo que ni ellos mismos habían entendido bien. Habían sufrido cambios radicales en sus vidas luego de esa visita inesperada. Nada había vuelto a ser lo mismo. No se habían visto, ni sabían nada el uno del otro. Hasta ese día.

Tomares, pueblo en Sevilla, España. Otoño 2020

Ella volvía a enterrar a su madre que, luego de una larga agonía, había dejado desocupada su casa de juventud. Ahora, le quedaba gestionar esa herencia. Vender la casa y seguir camino, nada afectivo la ataba a ese lugar, ni siquiera el recuerdo de sus padres.

Se sentía completamente ajena a las calles que la habían visto crecer, a esa habitación a la que tantas veces había entrado borracha o drogada. Reservó un hotel por unos pocos días para verse obligada a resolverlo rápido e irse.

Caminaba esa mañana nuestro querido ex pirata y traficante de todo por esas mismas calles cuando se cruzaron. Él caminaba con una lentitud irreconocible, pero justamente ese ritmo fue el que le permitió clavarle la mirada en esos ojos marrones profundos y herméticos que había visto tantas veces de cerca.

Ella interpretó esa mirada instantáneamente, pero sólo atinó a seguir caminando sin hacer caso al reencuentro. Él se quedó en el lugar, se dio vuelta y le silbó, como se silbaban ellos. Ella siguió caminando, cabizbaja, y respondió con el mismo silbido.

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